[RELATO]
Fluía el rock por sus venas. Lo sabía desde su primer concierto con apenas trece años. No entendía por qué para ella era tan esencial la música y más todavía ese género en concreto.
Al igual que en la vida, entendía pocas cosas del mundo que le había tocado vivir. No obstante, cuando escuchaba música en directo le importaba poco entender nada.
Ella se dedicaba a sentir, y ese sentir la dejaba sin palabras. Se abría a nuevas sensaciones. Se liberaba del flujo de pensamientos. Música y decibelios recorrían su torrente sanguíneo y su alma se expandía sin límite.
Su último concierto le había dejado tocada. Las emociones habían superado su capacidad de gestión.
Por mucho que intentara convencerse, no había sido «Un día nada más», como habían llamado a aquel maratón de rock. Y como decía la letra de una de las canciones: «no encontraba agujero que le ayudara a escapar». Había sido un subidón muy potente, y como todas las grandes subidas… ¡qué intensa resultaba luego la bajada!
Una mezcla de sensaciones la habían dejado tirada en la cuneta. Abandonada. Sola. Sin apenas recursos para levantarse.
Después de la tempestad siempre viene la calma, o eso decían.
Lo intentaba recordar después de aquel inolvidable día que se convirtió en noche, pero la calma no llegaba. Y lejos de llegar, la desolación la abofeteaba duramente.
Había sobrepasado su dosis.