
[RELATO]
Cuando Ibai se fijó en Lisbeth, ella se encontraba de espaldas en uno de los tenderetes medievales del casco antiguo. Tarareaba una melodía y su cuerpo se mecía al compás, de un lado al otro. Mientras, majaba en el mortero unas hojas de llantén silvestre.
Su cabello lacio, brillante y negro como el tizón, cubría la totalidad de su espalda. Estaba desordenado y parecía enredado.
Como todos los actores de aquella Feria Medieval, Lisbeth llevaba un vestido que hizo que Ibai se transportase a otra época; pero cuando sus miradas se cruzaron, su cuerpo se paralizó y un recuerdo nítido hizo el resto.
Él era un caballero medieval en busca de su mujer. Después de varios días, parecía haberla encontrado. Cuando la reconoció, una mezcla de paz e inmensa alegría le envolvió.
Casi no podía creerlo. Era ella, y ¡estaba viva!
Llevaba el cabello recogido en una trenza, y alrededor de su cabeza una desgastada y seca corona hecha con ramas silvestres. La que él le había trenzado y regalado cuando tuvieron que despedirse seis años atrás.
Fue acercándose a ella con sigilo para no asustarla. A cada paso que daba, sus latidos golpeaban más y más rápido contra su pecho, como queriendo reducir cuanto antes la distancia que los separaba.
De repente, todo comenzó a suceder a cámara lenta, en la representación mental de Ibai; que ajeno a todo seguía inmóvil, mirando a la chica del puesto de plantas medicinales, aturdido en su propio trance.
Antes de que pudiera alcanzarla, ella se giró de inmediato como si hubiera sentido su presencia.
Al verlo, su rostro empalideció, y el mortero que sujetaba entre sus manos cayó al suelo.
Sus ojos azules se llenaron de lágrimas. Lágrimas de estar viendo al hombre que creía no volver a ver jamás.
Lágrimas saladas, dulces y amargas se mezclaron en su rostro. Y lágrima tras lágrima se iban aproximando el uno al otro.
La había encontrado, sí, pero había algo en su rostro que transformó el reencuentro en algo espeluznante.
Cuando Ibai volvió en sí, se encontró de frente con la mirada penetrante de Lisbeth. Sus azulados ojos le imploraban ayuda sin pestañear.
Él estaba desencajado, todavía no se había recuperado de la ensoñación, pero pudo observar la radiante corona de flores que llevaba sobre su cabeza.
Sabía que tan sólo era una representación teatral, pero lo que acababa de recordar, había sido tan real para él, que todavía se sentía confuso.
En ese momento, apareció en escena un muchacho disfrazado de verdugo que agarró a Lisbeth de improvisto y tiró con gesto violento de su brazo.
Ella seguía mirándole fijamente a sus ojos, e Ibai le correspondía aún conmocionado. El chico que hacía de verdugo, simuló zarandearla con dureza y la llevó contra su voluntad, hacia la hoguera.
La mujer a la que representaba Lisbeth, iba a ser quemada en la hoguera, acusada de brujería.
Ahí fue cuando todos los puntos se conectaron. Ibai y Lisbeth, aunque en otros cuerpos, se conocían desde siempre…