Rescatando textos de otros hogares virtuales que tuve… 😄
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A menudo se me despista la sonrisa, la alegría, el entusiasmo, la creatividad, la espontaneidad… Y es que buscar la autenticidad en uno mismo es tan fácil como complicado, porque ¿cuándo somos auténticos?
Cuando nos permitimos ser libres, fluir y expresarnos sin esperar que le guste al de enfrente, sin esperar nada a cambio, sin cumplir normas que no van con nosotros.
En ese caso, siempre me he considerado y sentido bastante auténtica, salvo excepciones, como la que estoy transitando actualmente.
Buscar la autenticidad para unirla al ámbito profesional. Aquí aparecen numerosos conflictos.
Acostumbro a crear normas, calendarios y listas sin escuchar a mi interno que dice que mande las normas a tomar por culo y que me centre en aquello con lo que disfruto, con lo que me hace feliz y me hace sentir plena.
Me dice que si quiero hacer calendarios o tener una guía para avanzar me centre en crearla con ilusión, que no me olvide de mí al hacerlo, que no piense tanto y me sienta más. Que me escuche, algo que por ejemplo, se hacer «fenomenala» 😜 con la salud pero que, a veces, se me hace más cuesta arriba en otras áreas.
También me dice que me centre en SER, y no en hacer cosas que no deseo hacer, solo porque he oído que es lo mejor para este momento o que me vendría de perlas para conseguir objetivos.
Me pide crear sin límite, sin obligaciones, sin horarios. Eso es lo que anhela mi SER y lo anhela hace tiempo. Porque aunque se lo permito en pequeñas dosis (esos pactos internos con los que intentamos engañarnos para acallar el susurro del alma), realmente no lo hago desde la fluidez sino desde la obligación y eso no es lo que le mola a las almas.
La obligación de la que hablo es profundamente sutil, pasa de puntillas y me atrapa. Es la única obligación que podría pillar a alguien que no comulga con la obligación. 😆 Es sibilina y en momentos compleja de detectar. La escucha se ha de volver extremadamente fina y precisa para detectarla.
Escribir, pintar o dibujar desde los sentidos, desde las emociones, desde el espíritu, desde el alma. Escuchar música, salir a pasear para que la brisa acaricie mi alma. Hacer locuras, seguir mi instinto, mi intuición, expandirme, hablar con los caracoles, andar descalza, reír sin motivo, jugar, inventar, sentirme libre,… Conectar con mi SER de todas esas formas es lo que hace días, meses, años intenta susurrar mi alma, porque mi alma no habla, susurra.
Mi alma susurra desde que nací. Mis pensamientos gritan desde que les di permiso para hacerlo, y llevan desatados una temporada creando un auténtico caos interno.
Pero, ¡oyeee! todo esto no es rentable, ni productivo. ¿A dónde va por ahí vagando sin rumbo, señorita? —me dice una vocecilla rebosante de miedo y no muy amable.
Y ya que hablamos de miedo… ¿Qué me dices de los miedos? Se alían con los pensamientos y… las historias que nos montamos. No te quiero ni contar lo complicado que resulta entonces escuchar el susurro.
Qué puta manía con tratar siempre de seguir los consejos de los demás sin tenernos en cuenta, de «copiar» aquello que funciona para otros sin colocarnos en primer lugar.
Invertir este orden: «primero uno, después los demás», resulta peligroso para vivir, porque entonces, ¿dónde queda lo que te hace único?
Se diluye, parece desaparecer entre otras vidas, esas que en parte querrías emular pero que sabes bien que no son las tuyas y en las que faltaría lo esencial: tu chispa. No conseguirás, de este modo, encontrarte satisfecho en absoluto.
¿Y tu instinto, tu guía, tu SER? ¿Dónde queda?
No pertenezco a nada, ni a nadie. Soy única, con mis virtudes y mis defectos, y es expresándome única desde mi Guía, cuando todo se recoloca. Es desde ahí que a la vez de tenernos en cuenta (nuestro caminar único), conectamos con una Sabiduría mayor que lo une todo.
Hay que saltar al vacío y confiar.
Lo sé.
¿Cuándo lo vas a poner en marcha? —me pregunto.
Es así que se pasan los días, y las sonrisas se despistan.