
[CONVERSACIONES]
—¡Joer tío! Soy de despertar muuuuy lento —le comentaba una mañana a mi compañero de piso.
—Sí, yo también —respondió rápidamente—. Hasta que no me tomo un par de cafés no soy persona.
—Jajaja —me reí—. No, tío, no me refiero a eso. Quiero decir que cuando me despierto me cuesta ubicarme.
—¡Aaaah! Sí, sí, es cierto. Esas veces que uno se despierta y no sabe en donde está y mira a todos los lados hasta que reconoce la cama, la habitación,…
—No, que tampoco es eso, jajaja.
En este punto de la conversación mi colega desistió. Seguía por la habitación aunque creo que había desconectado por completo mientras preparaba café. En cualquier caso yo continué exponiéndole mi disertación.
—Me refiero a que cada mañana cuando despierto es como si me costara «entrar» en el cuerpo.
Tenías que haber visto la cara que puso cuando solté esa frase, jajaja. Y no lo culpo por ello, hay veces que no me entiendo ni yo. Y seguí contándole.
—Sí, sé que suena raro pero tengo ese sentir cada mañana. Como si tuviera que volver a una «cárcel», a un traje que aprieta. Me siento abrumado, todo se hace denso. En ese momento tengo que recordar que no soy el cuerpo, que éste tan solo es un vehículo para que la Vida se exprese. Y entonces se me hace más liviano. Aún así me cuesta entrar en la vida cada mañana como me sucedía de peque al entrar al parvulario. Una sensación de vacío, tristeza y desgarro me inundaba entonces y me inunda todavía cada día por unos segundos.
Para cuando terminé de contarle todo esto, mi compañero de piso y hasta el momento amigo, se había puesto su primera taza de café y hacía como que me escuchaba.
Con un poco de suerte todavía no era persona 😆.