
Me gustan las revoluciones silenciosas. Tranquilas. Pacíficas. Sigilosas. Sosegadas. Amables. Sin ofensas. Incluyentes. Respetuosas. Amorosas.
Esas que, aparentemente, pueden pasar desapercibidas o pudieran no parecer revoluciones. Siento que es precisamente eso lo que las dota de poder, que no de fuerza.
Carece de importancia lo que hacemos o dejamos de hacer, las palabras que usemos o dejemos de usar, o toda la parafernalia que utilicemos a través de nuestros personajes.
La esencia, para mí, es en el «desde dónde» lo hacemos o decimos.
¿Reaccionamos o accionamos? ¿Vamos en contra o a favor? ¿Luchamos o fluimos? ¿Creamos límites sanos o nos coaccionamos? Preguntas a indagar en cada uno de nosotros, preguntas mucho más profundas (y necesarias) de lo que parecen a simple vista.
Preguntas a responder con verdadera honestidad. Es responsabilidad de cada uno hacerse cargo de si mismo. Es responsabilidad de cada uno mirar sus mierdas para que pueda salir la luz.