
Reivindicaré hoy, y por estos lares, el llanto, el lloro.
Llorar.
Llorar hasta lo más profundo.
Las lágrimas que caen solas sin provocación ninguna.
Llorar sin motivo.
Llorar con motivo.
Llorar bajo la lluvia.
Llorar = la lluvia interna.
Llorar y no quedarse enganchado en historias, llorar como liberación, no como hogar del victimismo. Llorar como mecanismo fisiológico, no como amparo.
Llorar cuando vienen las ganas. Y si no es un momento en el que uno se siente cómodo para ello, recuperar esas lágrimas para que puedan expresarse.
No dejar nunca un llanto en el olvido.
Llorar cuando así lo sentimos.
Es sanador cuando lo soltamos, cuando con ese llanto nos desahogamos, cuando lo dejamos ir con todo lo que nos atraviesa.
Llorar no tiene género. Llorar no es débiles. Tampoco de valientes. Llorar es una potente herramienta, como respirar, que nos acompaña a liberar tensiones y además, viene de serie.
Dejemos espacio al llanto cuando nos llame a la puerta. Dejemos espacio al llanto cuando llama a la puerta de otros. Y practiquemos la mirada interna y el no juicio, cuando los llantos ajenos, de alguna manera, nos afecten.