¿Realmente tienen poder las palabras que utilizamos?
Es algo que me rechinó desde la primera vez que lo escuché. Me resultó incoherente en mi experiencia. Sé a lo que se refiere, pero es necesario profundizar. No nos quedemos en la superficie y luego vayamos repitiendo como loros.
La palabra, lo que es poder… va a ser que no tiene. Palabra = poder cero.
El poder reside en Uno. Nada externo tiene poder si tú primeramente no se lo otorgas.
Sin embargo, sí es interesante pararse a observar. A observarse.
Podríamos decir que las palabras son símbolos. Y además, suelen estar cargadas de emocionalidad e historias. Para cada quien tienen un código específico, según memorias (propias, ajenas y colectivas) y programaciones diversas.
Podemos utilizar el simbolismo de las palabras que nos impulsa, y ser consciente y transformar —si fuera necesario— el que nos sepulta. Sin olvidarnos de lo esencial: liberarse, a la vez, de todo simbolismo. Aunque lo utilicemos y sea necesario en nuestros tránsitos.
Así que, en sí misma, la palabra no tiene ningún poder, pero es verdad que se lo otorgamos.
Y no caigamos en la tentación de eliminar nada. Las palabras son herramientas necesarias en la experiencia. Simplemente seamos conscientes de ello y usemos los elementos de la mejor manera posible. Y no vayamos adoctrinando a los demás sobre qué palabras deben utilizar, porque es el «desde dónde» te expresas y no la forma o el símbolo.
¿Te has parado a observar qué sensaciones te transmiten ciertas palabras o algunas frases? Quizá la mayoría sean neutras pero hay otras en las que has depositado un poder que en realidad no tienen, pero que puede estar muy anclado en lo profundo.
Es bastante probable que todos hayamos experimentado el poder que le damos a algunas expresiones según nuestras interpretaciones, según el significado y la carga que tienen para cada uno de nosotros. Y ya no solo las palabras sino el contexto en el que se expresan.
¿Con qué te conectan esas expresiones? ¿Con alguna persona o algún hecho en particular no resuelto? Todo esto puede suceder, sí, pero eso no quiere decir que la palabra tenga ningún tipo de poder como tal. Si lo tiene es porque se lo das; desprendiéndote así, de tu poder.
Por eso no es importante lo que se dice, sino «desde dónde» se dice. El «desde dónde» puede ser un cañonazo arrasador o una caricia de la seda más sublime. En cualquier caso, insisto: la palabra no ofende si tú no se lo permites, lo mismo que no te ayuda, ni te motiva, ni te inspira si tú no te abres a ello. Tampoco, el «desde dónde» tiene ese poder, aunque sí se pueda sentir en lo más hondo y sea lo que trae coherencia a nuestra vida.
La palabra en sí no es nada, es «desde dónde» la envías y «desde dónde»/cómo la recibes lo que marca la diferencia.
Cuando escribo pongo mucha atención y mimo en las palabras y expresiones que utilizo, pero no porque la palabra tenga poder alguno. Es la coherencia de mi «desde dónde» lo que me mueve a ello.
En la publicación del martes que viene podrás descubrir la base del proceso que acompaña a mi escritura.