Se pasan los segundos,
los minutos,
todavía no las horas
aunque bien podría.
Observo caracoles,
limacos albinos,
perros amigables,
zorros escurridizos,
vacas lamiendo a sus terneros,
terneros mamando de sus madres.
Observo la verdadera libertad.
La anarquía absoluta.
El aparente caos
en el que todo tiene
su espacio, su lugar, su momento.
Observo gatos
que sigilosos se acercan
a los alrededores de la puerta,
que durante estos días
se ha convertido en la entrada
a nuestro hogar.
Hay uno en especial, un gato digo,
que nos tiene encandilados a todos.
Es una cría que se acerca con sumo
cuidado a los humanos.
A estos nuevos humanos que habitan
la casa esos días.
Juega, se acerca, se aleja.
Observa, rastrea, busca comida y
la encuentra fácil (nos ha tocado el corazón).
Poco a poco gana confianza.
Poco a poco «nos ganamos».
Siempre desde el respeto mutuo
a los tiempos. Siempre hay un espacio,
un límite que no se sobrepasa.
Aunque él, hoy, ha estado a punto
de sobrepasarlo.
Resulta complicado
«no dejarle» ir a sus anchas
cuando con su carita
nos observa tras la ventana.
Me observa. Le observo.
Nos observa. Nos observamos.
Y pasan los segundos,
los minutos, y quizá puede
que también las horas.
El tiempo, siempre tan relativo.