Crónicas de naturawriting
—Diario de una escritora libre y salvaje—
—Diario de una escritora libre y salvaje—
PRIMAVERA 2025
Salir al monte mola. Salir a la naturaleza mola. Y contemplarla.
Observar el mundo vegetal, tan extraordinario, sorprendente e infinito, es lo más. La botánica me tira más que la zoología.
Acercarse a lo micro, con un objetivo macro. ¡Eso sí que es lo más!
Es el ir más allá que tanto me gusta. Más profundo. Ir al detalle, ir a lo minucioso, a lo que pasa desapercibido. Acercarse a lo que nos pueda parecer lo mismo pero que luego resulta ser tan distinto, a lo que no se ve a simple vista y requiere de tiempo lento, atención, curiosidad y sextos, séptimos, octavos sentidos que nada tienen que ver con sentir sino con vibrar.
El «summun» es ir acompañada por un biólogo apasionado por la fotografía. He tenido la suerte (aunque yo no creo en ella) de vivir esa experiencia. Aunque fuera en tiempos remotos.
Y traigo esas imágenes miles de veces cuando camino por la naturaleza en soledad, porque me vienen aprendizajes aprendidos, valga la redundancia, y sobre todo miles de preguntas. Imagino respuestas que no sé si serán certeras. Y aunque luego está San Google o la Santa IA para seguir aprendiendo de manera autodidacta (algo que me rechifla) no es lo mismo.
Cuando estoy en la natura siempre me surgen dudas. Aparece la curiosidad. Surgen preguntas: dónde, cómo, cuándo, por qué, para qué…
Cuando era niña el «biólogo» era mi padre, que nos traspasaba su conocimiento con esa mirada profunda que poseía. Parte de la transmisión a estas alturas olvidada. Sin embargo, otra se quedó en mí y dejó un poso que caló profundo y que regresa una y otra vez. Otro biólogo no titulado era un amigo suyo con el que íbamos a la montaña. Un amante de la naturaleza, la supervivencia, las plantas y los animales, que nos contaba un montón de curiosidades y nos dejaba participar tanto en los hallazgos como en las aventuras.
He de decir que aprender siendo partícipe es lo más. Eché esto mucho en falta en la aulas, no cuando estudié la E.G.B que tuve la suerte, esa en la que no creo, de que me tocaran unos años de lo que llamaban «un experimental» que tenía una línea algo parecida a ser parte del aprendizaje (pero de verdad de la güena). Lo que sí fue un despropósito en ese aspecto fue la universidad.
Ser partícipe para mí es que no te den las respuestas directamente, es que te dejen imaginar, interpretar, percibir, sentir, compartir tus puntos de vista por raros que parezcan o equivocados que estén. Que no se rían (en sentido figurado o literal). Que se te respete en tus aportes. Ser partícipe es que te dejen jugar, ¡sí!, aunque se suponga que ya no tienes edad. Pero… ¿a quién coño se le ocurrió semejante estupidez? ¡Lo increíble es que muchos se lo creyeron! Ser partícipe es ser uno más (aunque seas pequeño), ser parte de la exploración, de la resolución, de la frustración, de los «eurekas». ¡Qué bonito es ese tipo de aprendizaje! Y qué eficaz no solo a nivel conceptual e intelectual. Es eficaz porque deja un poso esencial: los valores, el respeto, la amplitud de miras, la resolución de situaciones por uno mismo, el no tener miedo a equivocarse, lo importante de probar, confundirse sin culpa, confundirse sin que haya un resquicio de sentirse una idiota total. La más tonta de la clase.
Así de primeras, no me gusta nada la vegetación pinchuda. Suele ser más «seca», menos amable y con otras tonalidades de verdes que no suelen gustarme mucho. Solo en primavera, cuando los brotes enanos nos muestran sus tonalidades de verde intenso, los frescos, los vivos es que llama más mi atención.
Así de segundas, me suele gustar observar en capas más internas, para ir más allá de lo que primeramente desecho bien sea por programación o por incomodidad, para no quedarme solo en la superficie. Por supuesto que puede ser una elección por gusto y eso es del todo aceptable pero para ello no haría falta desechar, querer eliminar o no mirar cuando la vida te lo pone delante.
Así de terceras, en esa vegetación pinchuda puedo ver una consciencia inteligente, superior, sabedora de lo que lleva entre manos, que no juzga, que permite y que desde luego no actúa al azar. Que sorprende cuando uno se permite explorar, cuando se hace preguntas. Puedes entonces comenzar a valorar y a comprender otro tipo de belleza, que tal vez, si nos quedamos en la superficie no descubriríamos.
A mí por ejemplo, que me encanta ir descalza, no es precisamente esta vegetación, ni este tipo de superficies (en las que brotan las especies pinchudas) muy adecuadas para posar unos piececitos de princesa como los míos 😝. Es decir, delicados, sin callo y con una piel que es el caramelo de cualquier especie que se precie por lugares del estilo. Con princesa no estoy hablando de pies perfectos, ni de pedicuras, ni nada que se le parezca simplemente me refiero a que no están adaptados a ir descalzos por terrenos que no sea vegetación amable, alguna piedra, roca o baldosa de diversas superficies.
Si seguimos profundizando podemos observar la maravilla dentro de lo que en un principio repudiamos. Vemos más, cuando no solo lo hacemos con la mirada sino que nos permitimos explorar y descubrir «para qués», cuando nos impregnamos, cuando intentamos conectar y sondeamos el sentido que tiene SER como son. Porque todo tiene un sentido aunque el único que veamos, a veces, sea el de fastidiarnos o el de molestarnos.
Precisamente, un sentido loable sería el de incomodarnos, el de ampliar esa zona de confort de la que tanto se habla. Es ahí cuando no solo comprendes, sino que puedes llegar a la admiración máxima. ¡Ojo! Que podrá no seguir gustándote, podrá ser algo que no elegirías pero el rechazo, el desprecio quedarían lejos.
Se puede admirar y valorar sin que nos tenga que gustar o simplemente no nos guste nada de nada, nos de miedo o cualquier otra emoción y sentimiento incómodo que nos produzca algo.
El otro día nombraba a la aliaga (Genista scorpius 🦂😄 ) y hoy vuelvo a traerla a colación. Comentaba que por lo general cuando te rozas con ella el hecho queda patente. Por lo general, pero no siempre.
Si la pillas por el ángulo y la orientación adecuada y… dijéramos no te «enfrentas», por así decirlo, a ella, puede ser un intercambio sin más. Pero ¡cuidadín! si la pillas con los pinchos de frente. El humano tiene las de perder. Pasar pasarás. Llegarás a puerto de cualquier manera. Ella ni se inmutará (al menos aparentemente) pero tú, te quedarás con una sensación agridulce.
¡Va! Extrapolemos. No es lo mismo enfrentar esa aliaga pinchuda, que pasarla de soslayo. No es lo mismo enfrentarse a la Vida que rendirse a ella. No es lo mismo vivir en lucha con la vida, que ir a favor. No es lo mismo pasar de puntillas, que arrasar con todo, ni lo mismo que pasar con paso seguro y certezas. De cada una de las maneras avanzamos pero sin duda el trayecto no se le parecerá en nada aunque desde fuera pueda parecer el mismo. No lo será ni para ti, ni para los de tu alrededor, ni para el resto del mundo. Porque el «desde dónde» es lo que marca la diferencia.
Seamos inteligentes y recordemos no oponer resistencia. Dejémonos acompañar por la Vida. Sabemos que así el viaje es más amable, aunque ¡no nos equivoquemos! No evitaremos cruzarnos con aliagas diversas (aunque muchas de ellas la Vida las apartará por nuestra vibración y frecuencia) pero el encuentro no tiene porque ser angustioso, podrá doler o no, lo sentirás pero no te engancharás si recuerdas surfear océanos, surcar vientos, caminar a favor como has hecho otras veces. Cuanto antes te muevas a otro estado de conciencia, antes aprovecharás las corrientes de aire, como hace el ave en su vuelo. Esas corrientes están a nuestra disposición que no se te olvide.
Recordis: esto no es lo mismo que dejar que te arrastre y se te lleve. Hablamos de una coreografía armónica entre tú y la Vida, no es una lucha de poder, ni se trata de resignarse como a menudo se confunde. Siempre es un trabajo en equipo (consciente o inconsciente pero lo es). Practica el vuelo armónico en el que se intercalan vuelos batidos en los que tendrás que mover tus alas, planeados en los que las corrientes térmicas te lo pondrán más fácil o vuelos de corrientes laterales que aumentarán la velocidad de tu vuelo.
Hay un lugar en el que suelo apoyar mis pies para volver a atarme los cordones de las deportivas antes de comenzar a bajar.
Hoy me he dado cuenta de que donde piso hay una aliaga pequeñita emergiendo. La aliaga, planta espinosa que puede alcanzar más altura que la mendas y que cuando la rozas, protegida con ropa o sin ella, por lo general, la sientes.
En mi cabeza ha corrido como la pólvora el siguiente diálogo. Y sí, como verás no me hace falta tener un interlocutor, a menudo mis pensamientos, mis ideas y mis reflexiones van a la velocidad del rayo en direcciones distintas y con ideas contradictorias.
VETE TÚ A SABER QUIÉN: —¡Pobre! Aquí todos los días erre que erre, la nena pisoteando la aliaga.
LA NENA: —Bueno, pero sigue creciendo, ¿no? ¿O tú la ves peor porque la pise cada día?
VETE TÚ A SABER QUIÉN: —Hombre, pues no, no observo nada que me de indicios a simple vista pero seguro que hay impacto.
LA NENA: —Claro, pues como en todo. Siempre hay impacto. Además esta planta es fuerte y dura. Que apoye mis piececitos no va a generarle mucho problema que digamos.
VETE TÚ A SABER QUIÉN: —¿Has oído hablar de la erosión, mi querida contertulia? O mejor, ¿conoces la gota china? Creo que la conoces demasiado bien. Pam, pam, pam, pam, o más bien plic, plic, plic.
Entonces, he parado la «conversación» porque ya se iba del primer punto a observar.
Me gusta extrapolar. La vida nos muestra enseñanzas por doquier si estamos dispuestos a cuestionar nuestras ideas y pensamientos programados para poder exprimir la savia de la vida.
Extrapolemos con los humanos. Imaginemos un humanoide aliaga. Su naturaleza es fuerte, dura, resistente. Tanto física como mentalmente. Ese es su elemento. Si es necesario, su naturaleza es incluso pinchuda y algo desagradable. Como no serlo si para el resto de los humanoides él puede aguantar lo que sea, como nunca se queja. (El quid aquí estaría en la palabra aguantar, él no debería aguantar pero a ti tampoco te debería de parecer normal solo porque su rango sea más amplio que el de la media). Como el resto de sus hermanos, el humanoide aliaga, ha de poner límites. Y con según qué personas un límite sutil, como un arañazo suave, no es suficiente. Toca sacar la artillería más pinchuda.
El humanoide que pisa al humano aliaga por lo general no se da cuenta. Pero si se diera cuenta es fácil que, como en el ejemplo, se contara la historia de que como es tan fuerte ni se planteara que pueda estar impactando. Pero impacta. El caso es que llega un momento en que el humano aliaga tendrá que poner límites. Cuando nos damos cuenta, cuando lo hacemos consciente quizá sea responsabilidad nuestra no seguir haciendo lo mismo y evitar que el humanoide aliaga tenga que llegar a poner límites más bestias.
Si ampliamos la mirada más allá, si nos planteamos otros diálogos, si paráramos a observar… O al menos si estuviéramos abiertos a ello la convivencia daría un salto cuántico.
La correlación entre humanos es un baile conjunto, es un aprendizaje de espejos y reflejos pero en cualquier caso, siento que precisamos parar a escuchar eso que no emite sonido. Ya, ya, complicado a veces entre tanto bullicio social, ruido, estímulo y sobre todo desconexión interna; pero que resulte complicado no significa que no sea posible solo que quizá tengas que poner algo más de empeño.
El impacto va a estar ahí, obvio, sigue siendo necesario, esto es un baile de aprendizajes entre humanoides pero siempre hay maneras y maneras de bailar.
Ampliemos nuestra manera de percibir y pongamos atención en el «desde dónde» vibratorio del siguiente paso de baile que vamos a dar.

INVIERNO 2025
Escuchar la lluvia caer. Cuantos matices, si decidimos escuchar conscientemente. ¿Hay algo más placentero?
Diría yo que sí. Escuchar la lluvia en la naturaleza. Acción aparentemente pasiva. Acción que puede transformarse en contemplativa y que va acompañada de un silencio que no es tal pero que dista tanto del bullicio de las ciudades que, sin duda, nos parece silencio.
Silencio: ausencia de hablar, falta de ruido, nos dice la R.A.E.
¿El silencio es una falacia, es algo utópico? Porque… quizá lo que no podemos es captar las aparentes ausencias. Lo que está claro es que no todos los seres vivos escuchamos los mismos rangos de frecuencia. Incluso dentro de la misma especie.
La cuántica nos dice que el observador afecta de manera directa en los hechos. ¿Si no hay observador la vibración o el sonido existiría?
Sin observador, sin un ente que lo perciba no existiría. Si no hay oído, no hay sonido. Eso nos dice la ciencia.
Cada vez más cerca de la integración entre ciencia y espiritualidad.
Llevo varios días disfrutando de mágicas coreografías que me regalan los buitres.
A veces siento que me protegen en mis salidas, que merodean desde las alturas y me acompañan, que no solo me regalan esos bailes alados que se acercan y se alejan aprovechando las corrientes de aire para saludarme, sino que de alguna manera me custodian.
¿O quizá su instinto les esté avisando de la posibilidad de una suculenta cena?
Quién sabe…
Están los almendros despuntando, abriéndonos paso a la primavera.
Algunas especies nos van dejando indicios del cambio de estación. Pero no solo es cuestión de especies, también es cuestión de cotas o del lugar estratégico en el que se encuentren. Lugares más protegidos de las inclemencias. La misma especie en cotas más altas se encuentra en otros estados. La orientación también es importante.
A las más rápidas, las que antes nos dan la pista, las que se precipitan para mostrarnos sus colores y formas varias de belleza, puede que en unos días les sorprendan de nuevo las bajas temperaturas y el sueño primaveral se quede helado, y en espera, por unos días más.
Ensimismada por la cantidad de buitres que me he encontrado al regreso de mi caminata, mi imprudencia fue mirar hacia arriba cuando un par de buitres que ya había observado con anterioridad comenzaron el vuelo hacia una roca más baja justo cuando yo pasaba por debajo. Al escucharlos miré hacia arriba. Fue instintivo. Quizá lo prudente habría sido agacharme, bajar la cabeza y cubrirla con las manos porque en el mismo instante he oído el impacto de una piedra cuando ambos ejemplares estaban sobrevolando encima mío.
Resulta tan hechizante mirarlos de cerca, ver las proporciones inmensas de estos bichos y escuchar el viento que desplazan con sus alas, como peligrosas son las piedras que pueden soltar al tomar impulso desde sus puestos para emprender el vuelo.
Hoy me encontré con un rastro de jabalí potente. Mayor, más extenso y alocado de los que me estoy encontrando estos días. Sé que bajan a una charca embarrada que hay en un giro del sendero. Esas charcas que tanto le gustan a los primos hermanos de los cerdos les sirven, entre otras cosas, para eliminar parásitos. Estos seres son de lo más higiénicos.
Se lo ha debido de pasar de lo lindo, o eso imagino yo a juzgar por la que ha liado. Ha dejado un rastro interesante.
Me gusta observar el rastro que dejan en el suelo, en los matorrales, en las piedras. Intentar dilucidar si iba o venía, por dónde ha llegado, hacia dónde se ha ido, dónde se ha rascado, retozado, dónde ha desenterrado raíces para alimentarse. Unas son fáciles de descifrar. Otras, no tanto. Desconozco el hedor que dejan así que, por el momento, ese sentido no me da pista de nada. Es más un rastro visual.
Y entonces, me ha dado por pensar que los humanos también dejamos rastro (me ceñiré al rastro más animal, no al del humano inconsciente y cochino, eso daría para un libro entero). Huellas, agujeros de bastones, posibles resbalones, dibujos en el barro. Con los humanoides resulta más fácil distinguir fragancias. Se pueden llegar a sentir porque quedan impregnadas en el ambiente.
Dejamos rastros olfativos y visuales. Esto es un hecho. Aunque el «rastro propio olfativo» no siempre conseguimos distinguirlo. Y no, no hablo de levantar el brazo y acercarse a la axila en pleno ejercicio. Es obvio que ese rastro sí conseguimos distinguirlo, me refiero al propio que es más sutil, a esa estela leve que se queda suspendida en el aire. A veces, la trae la brisa y otras se perpetúa según zonas. Si el viento es muy fuerte esa estela olfativa es más complicada sentirla. Es como si se diluyera entre la fuerza de las ráfagas del viento.
No podemos oler nuestro propio rastro. Yo no puedo al menos. Un ejemplo al respecto, cuando estamos mucho tiempo en una habitación, tienes que salir y entrar de la misma para reactivar la pituitaria con todas sus facultades. Si permanecemos allí sin abandonar el habitáculo no se pueden percibir los olores porque como que se quedan en uno, podríamos decir que estamos demasiado implicados.
Seguir los hedores ajenos es más sencillo pero cada uno tiene el suyo propio que no consigue percibir porque está demasiado involucrado.
Y esto es así también en la vida. Necesitamos del otro para observarnos en esos matices que uno a sí mismo no puede. Necesitamos esos reflejos para conocernos y descubrirnos porque estamos demasiado identificados con el personaje.
De alguna manera, el mundo en sí mismo (situaciones, personas, relaciones) nos hace de reflejo para poder observar, oler, sentir, tocar, saborear e integrar nuestro «propio rastro» (esas facetas y aristas del personaje que no conseguimos distinguir), tanto el que nos gusta como el que no.
Las líneas de hoy siguen yendo de aves.
Yo no soy muy pajarera que digamos. Quiero con esto decir que no me va eso de observar aves. Vamos que la ornitología no es mi fuerte, ni una de mis pasiones. A excepción, de las rapaces. Estas son, de todas las aves, por las que más debilidad siento.
Bueno, puede que también el petirrojo, la golondrina y el gorrión roben un espacio de mi «cuore», pero pequeñito, tal cual son ellas.
—Mientes— me dice un Pepito grillo dentro de mi cabeza—. ¡Amas los patos!
—Cierto, esas aves sí me flipan. Mucho. Ísimo. Y ya que estamos las imponentes ocas también me molan. Aunque con estas hay que tener más precauciones, al menos si no te conocen.
»Me contaba mi padre, que en la casa de campo donde trabajaban sus abuelos las ocas hacían la función de cuidadoras de la finca. Según entendí eran muy territoriales. Me imagino un cartel avisador en la entrada de «la torre*»: ¡Cuidado con las ocas!
*Así es como se denominaban antaño a las casas de campo en el lugar que me vio nacer, torres. De hecho hay una calle de la ciudad que se llama Camino de las Torres. ¿Puedes imaginar por qué? Aunque de camino ya no tiene nada, es una gran avenida con bastante tráfico y, que yo sepa, ninguna torre.
Bueno, a lo que iba, que para no gustarme las aves, he escrito una introducción más extensa que lo que precisaban la líneas que hoy quiero compartir.
Esta mañana, una pareja de buitres leonados me regalaron una coreografía de vuelo armónica alucinante. Diría yo que de cortejo en toda regla. Creo que esta especie también es de las de: «para toda la vida». El caso es que tuve que pararme por mi seguridad, ya que como le sucede a los polos de los imanes, mis ojos no podía dejar de mirar. Por lo escarpado del terreno no era muy conveniente andar sin mirar al suelo. Estaba apareciendo el sol mañanero y los leves rayos reflejaban en sus plumas haciendo el espectáculo todavía más sublime.
Gratitud diaria. Sin lugar a duda una práctica indispensable y no solo cuando los regalos nos llegan sino incluso antes de que lleguen. Sin necesidad de que nada pase. E incluso agradecer en las vicisitudes por los aprendizajes y las oportunidades para poder «ver» de otra manera.
Las grullas han comenzado su viaje a tierras más al norte. Sus característicos trompeteos no dejan a nadie indiferente. El sonido nos llega antes de su llegada dejándonos el tiempo necesario para coger los instrumentos necesarios para su observación: cámara de foto o en su defecto el «multimóvil» (el teléfono móvil se ha convertido en una especie de navaja suiza), y por supuesto los indispensables prismáticos. Ni que decir tiene que si gozas de las bondades de un telescopio sería la bomba.
Cientos de grullas con vuelos perfectamente coordinados nos están visitando estos días cuando el clima lo permite. Sus vuelos acrobáticos no son todo lo que nos muestran. La sincronización y organización, la espera de otras bandadas y la orientación absolutamente perfecta y dirigida.
Mientras el sol refleja en su plumaje éste se torna de un color plateado con tonalidades diversas que hacen contraste con el cielo limpio y azulado.
Una suerte poder tomarse una pausa para observar una puesta en escena de las tantas que nos tiene reservada la magia naturala.

OTOÑO 2024
Reconocerse en la sonrisa.
Reconocerse en la mirada cómplice. Mínima. De soslayo.
Reconocerse en ese coincidir efímero aparentemente fortuito y que probablemente no vuelva a darse. Sentir que, en ese reconocimiento, hay una comunión que atraviesa el momento y que tiende a infinito, como aquellas funciones del instituto que tan lejos me quedan.
Comunión: unión en común que tiende a expandirse.
Reconocerse, aun cuando todavía no se habían conocido.
Caminar sin prisa. Caminar por el placer de caminar. Caminar sin ningún tipo de propósito más allá de disfrutar de la acción en sí misma.
Caminamos a diario. ¿Cuántas veces lo hacemos siendo conscientes?
Y en ese caminar ver con nuevos ojos. Evitar los caminos asfaltados. Descubrir senderos oscuros y poco transitados.
Buscar el aislamiento humano para encontrar la compañía inherente de la naturaleza.
Si hay una picaraza deambulando sola a mi alrededor intuyo que su pareja no andará lejos.
Si es preciso no tardará en graznar para atraer su atención.
Unidas de por vida. Cuando se reencuentren volverán a volar juntas.
A veces, quisiera ser picaraza.
Solo a veces.
Con la caída de la lluvia, llueven hojas.
¿Cómo no salir a caminar los días de lluvia? ¿Cómo puede aparecer la pereza los días en los que la natura nos envuelve con revitalizantes iones negativos?
Es la maldita COMODIDAD que nos hace un poco morir en vida. Es la pereza que deja relegada la esencia de lo que nos toca profundo. Es la pereza que mata lo que nos expande.
